Una de las cosas que más me sorprenden del fenómeno de la gamificación (o como le llamo yo, «jueguización») es, aparte del exceso teórico en el que se está cayendo, su restricción al ámbito infórmatico en detrimiento de otros.
Voy a ilustrar mi idea con un ejemplo real. En Julio del 2013 contactó un balneario conmigo y me propuso elaborar un juego. ¿La finalidad? Había una pequeña reunión de gente que se conocían poco entre sí y al balneario le interesaba que sus clientes conociese el lugar y, a su vez, lograr que dicho evento se repitiese año tras año atrayendo a más personas.
Yo disponía de apenas 3 días y casi ningún medio para inventarme algo. Y súbitamente recordé mi infancia y los juegos que hacía cuando fui boy scout. Así que ni corto ni perezoso, elaboré una ginkana.
Para lograr los fines que me pedían, desarrollé una historia, un mini-cuento que explicaba un poco, de forma mágica, qué era ese balneario y qué significaba. De ese dato real y algo adornado derivé una historia de ficción: había cierto problema que tenían que solucionar los asistentes.
A fin de mezclarlos, los dividí en cuatro grupos para que colaborasen y se fuesen conociendo, aparte de competir entre ellos. Partimos de una pista y empezaron a buscarla por separado, en equipos. Después de resolver tres pistas tuvieron que someterse a ciertas pruebas físicas desenfadadas y se les iba premiando con «dulces» (puntos, medallas…).
Una vez seleccionado el equipo ganador, se le entregó un premio triple: un diploma al equipo, al mejor jugador (según ciertos parámetros) y otro al segundo equipo, que sería «escudero» del primero.
En este punto ya estaba lograda la primera parte: interrelación, interactividad y conocimiento del balneario, todo con dinamismo y humor.
Los boy scout siempre usaron la gamificación entre sus actividades
Para lograr la segunda, se entregó un trofeo (tal y como pudiera ser la Copa del Mundo en fútbol) que sería custodiado por el balneario y estaría a nombre del equipo ganador por un año y se puso un scoring con el nombre del equipo, su escudo y color representativos y sus componentes ese año. De esta manera, la gente se animaría a repetir y a traer a otras personas el año que viene.
A juzgar por los comentarios, la gente se lo pasó bien, se rió y conoció mejor el lugar: habíamos fidelizado clientes.
La idea, como todo en esta vida, no es mia, pues la aprendi de un bar relativamente conocido de la Ruta 66 Norteamericana y, como dije, de mi infancia.
Ahora viene lo importante: en todo este proceso no fue necesario ni un bit de las nuevas tecnologías. Pregunto, pues, directamente ¿solo por este último punto, deja de ser gamificación lo que hice?